Sevilla, hueles a peces, a lolas, a flores. En tus imberbes
tostados nos dejas ver los anillos de tu tronco; en sus ojos y en sus ademanes
viertes tu ascendencia romana, morisca y gitana. Cuando hablas, cuando tus
hijos agarran una guitarra y la masturban con sus dedos de oro, como tus
torres, chiquilla, su orgasmo retumba en lo eterno. Moderna resignada, castiza,
de mente morena, de manos calientes, apasionada, hermana... así te entendemos
los que no hablamos (cuánto nos gustaría) tu lengua, Sevilla.
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