miércoles, 31 de diciembre de 2014

Pues sí, señores, el tiempo vuela, huye o se escurre, y días como éste son óptimos para que nos demos cuenta. Y es que es curioso la de recuerdos que circulan con exceso de velocidad por nuestros sesos en las últimas horas de un año (año que termina hoy porque quisieron un par de cristianos iluminados). Y qué sensación... Queremos que aflore lo mejor de nosotros, nuestro polo más positivo, nuestra mentalidad más próspera. Hacemos un inventario grueso de lo más oscuro y lo camuflamos con palabrejas como "lo malo", "lo difícil" y lo identificamos con metáforas rumiadas perpetuamente como "las piedras en el camino" (me da ahora por pensar si de verdad los caminos por los que se mueve la gente de este siglo están tan sumamente plagados de escollos) o "los momentos oscuros" (qué imbecilidad, lo mejor de nuestras horas ocurre cuando no hay luz)...
Todo eso, ¿por qué? Es evidente. Como ya he referido, el tiempo no espera a nadie, y mientras crujen los días, lo que somos un lunes dejamos de serlo un viernes; a medida que algo penetra en nuestra mente y rompe algún esquema, el resto de nosotros se va transformando con cada aprendizaje más y más, truncando por completo eso que llamamos esencia, dejándolo atrás. Y ello no significa que estemos emprendiendo un camino hacia lo que de verdad somos; al contrario, vivimos cada jornada cambiando de camino en busca siempre del mejor hasta que llega un momento en el que, según nos han contado (porque yo tampoco lo sé y tampoco me lo creo), te volatilizas, tú y tu camino. ¿Acaso pensamos que, cuando llegue ese momento, lo único que permanecerá serán nuestros recuerdos, nuestras fotografías, nuestras palabras...? Pues miren, yo no estoy seguro de casi nada de lo que he dicho, pero lo dejo escrito, por si el tiempo se lleva consigo también mis pensamientos. Feliz 2015.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Tín, tón, tín...

...Piano. Piano sobre mis vértebras. Acabo de nacer. Estoy cargando mi zurrón de intenciones rellenas de tabaco y estruendosos semblantes, viciando mis dedos de buenas noches, portando sin remedio las horas que palpitan. Estoy sembrando hectáreas de luna, cultivando mi jardín de las delicias. Finjo que me preocupan los días efímeros, que me muero de ganas de darle la vuelta al timón y volver al alba. Pero en realidad estoy soplando las velas con ansia, ladrando a las Indias y en dirección a la sien del mañana decrépito, cano, nostálgico, como yo tras el telón algún día, el telón que me cubrirá la cara para esconder mi cuerpo de la mano mundana. Pero yo no permaneceré allí, asfixiado y con las uñas largas. Yo volaré, volaré y sonará un piano mientras surco el cielo y despeino a París. Tín, tón, tín.