jueves, 22 de mayo de 2014

Y, mojándose los labios en champán, concluyó diciendo:  
«A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de admirar todo tipo de rostros, me he movido entre las más dispares etnias y he acariciado todo tipo de cabellos. Y puedo asegurarles, desde lo más profundo de mi ser, que he aprendido más de todas las personas que han urgado en mi entrepierna que de los libros que había en la biblioteca de mi colegio. La mayor lección de mi vida me la dieron los cuerpos de todas ellas: los tatuajes añorantes, las cicatrices aventureras, las uñas sucias, el hedor de su sudor esforzado, la manera en que observaban mis ojos en la cúspide del climax, los gestos torpes y los expertos, el maquillaje escondedero y vanidoso, las manos diversamente forjadas, los complejos escondidos bajo los botones de la camisa, sus dentaduras ansiadas, la forma en que arrugaban los dedos de los pies, los pantalones que caían al suelo, el color de sus labios, el acento de sus palabras, la tos de sus gargantas, el sabor de sus vientres, el hedor de sus alientos, la fuerza de sus brazos, la musicalidad de sus berridos...»

domingo, 18 de mayo de 2014

La noche había caído sobre el pasto reseco y los grillos entonaban su canto en medio del manso silencio de la nocturnidad augusta. Las tinieblas habían ocupado el cielo flamante y las luces de la ciudad centelleaban a lo lejos con sosiego. Se reencontraron, como en los viejos tiempos, bajo las faldas del universo. Aquel instante que había cambiado sus vidas años atrás volvía a repetirse y una vez más sólo aquel charco sereno de la granja de Paco era testigo de tal hazaña. Plantados uno frente al otro y sumidos en el éxtasis que latía azoradamente en el viento ahogado, se tomaron las manos y se fijaron la mirada. Sólo aquello bastó para que la vida comenzara otra vez a correr brusca y alborotada por sus venas.

miércoles, 7 de mayo de 2014

El club del remolque.

Son las cuatro de la tarde y el verano asoma el hocico por detrás de la torre de la iglesia. Doña Isabel hace los preparativos para viajar a Parla junto a su hermana gemela tras la muerte del señor Martín, su marido y gran amante. El viejo Pedro, acompañado de su usual tos ronca, se esfuerza una vez más por superar la cuesta que se extiende desde la casa de su hija Eugenia a su humilde cuchitril. Por su parte Nagore, una de esas niñas especiales que todos nos cruzamos alguna vez en la vida, observa nuevamente como los mozalbetes a los que sigue en busca de compañía tiran su mochila a los jardines del parque. Al caer bruscamente sobre ellos, el utensilio se rasga con las espinas de un rosal y Nagore se deshace en lágrimas. Al mismo tiempo, a quinientos metros de allí, brota desde una ventana con rejas negras la voz de Pepe, quien recita torpemente las cuatro palabras que aprendió esta mañana en francés. El sol parece descansar sobre los tejados del pueblo que resuena felizmente como un corral de comedia debido a que el grupo de teatro local ensaya en la casa de la cultura con las puertas abiertas de par en par su próxima obra. Los perros ladran al unísono y como de costumbre lo hacen sin motivo aparente. Todo parece ser habitual excepto la cara de Juan. Él es un chico que pocas veces es perturbado, tranquilo y ya acostumbrado a los largos días del pueblo. Sin embargo, hoy, se le ve especialmente feliz. Se aprecia en su rostro un ligero cosquilleo. Está más bien ilusionado, excitado. Detrás de él se acercan andando algunos muchachos que suelen jugar al fútbol todas las tardes y le llaman la atención. Éste, como si algo hubiese anegado sus sentidos, se vuelve hacia ellos y les hace un gesto al que responden asintiendo. Como carneros llevados a degüello, se dirigen hacia el remolque que lleva algunos años abandonado tras el campo de fútbol. Mirando con desconfianza cada rincón para evitar que alguien los descubra van subiendo a él uno a uno y cuando lo hace Fiti, el último, dirige al espacio que rodea al cacharro una mirada detectivesca y, esbozando una picaresca sonrisa hacia sus amigos, cubre con una lona lo que aún se puede observar desde el exterior, desapareciendo tras ella.