sábado, 17 de octubre de 2015

Tanto.

Tanta tentación hacinada
en un solo cuerpo.
Tantos recuerdos convulsos
de cuartos de baño.
Tantos besos vetados
por una vergüenza insana.
Tanta vida estancada
en los toboganes de tus caderas.
Tanta impotencia viciada
de noches largas y hediondas.
Tantas canciones de ron
sometidas al estrépito.
Tanto soplo sin querer
queriendo.
Tanto aliento abismado
en el desaliento.
Tanto silencio,
tanto.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Show must go on.

"El espectáculo debe continuar." Sólo esa sentencia rocambolesca de tan vasto surtido se me ocurre rescatar para describir el ánimo cansino que desprenden todos y cada uno de los correctísimos ciudadanos que toman el metro todas las tardes. Del aire pende un clima tedioso insoportable que revela la resignación de un pueblo que ya parece haber tocado techo. De vez en cuando surca la piel un tacto peculiar, un hedor insólito que toca el alma. Sin embargo, en lo que tardan los ojos en identificar el provocador de esta sensación, una bofetada estruendosa te despierta del hechizo en cuanto adviertes que nada de lo que en treinta segundos habías imaginado se transfigura en algo real, como recordándote que ni la magia, ni los cuentos, ni el trasfondo de las canciones existen. Y entonces regresa esa sensación de haber sido estafado, estafado por tus propias expectativas, que conscientes de lo que supondría apuntar demasiado alto, se lanzaron a la idealización un día y se hunden hoy dentro de este vagón modernísimo en un tumulto ingente de seres casi inertes, sometidos al cultivo de una vida apacible, sin muchas sacudidas mentales. Todos ellos, aunque descontentos con su vida, viven enfrascados de continuo en una expresión silenciosa y otorgante sin más objetivo que prosperar laboral o académicamente, aún a sabiendas de que a nadie le importa un bledo lo que hagan con su vida porque todo es un teatro pactado por la convención en el que la multitud se dedica a aclamar a desconocidos corroída por la envidia pero obligada a poner buena cara y no sonar demasiado poco en el patio de butacas. Y es por eso que se empeñan en demostrar constantemente esa coherencia mortífera digna de todo aquel individuo que quiera integrarse en la sociedad. Lo peor de todo es que de la mano de todo este paripé va la rendición a la práxis, el rechazo hacia toda forma estrambótica de encarar la vida, la obsesión enfermiza con la neutralidad y la objetividad en el seno de un mundo construido sobre la subjetividad más visceral. Me aburren y me decepcionan todos los que fingen llevar dentro un apocalipsis, los que se fluyen con la modernidad e intentan aparentar que están llenos de arte e ideas, los que prefieren permanecer sentados a esperar a la muerte... El espectáculo debe continuar... (como si hubiera otra alternativa).