jueves, 28 de mayo de 2015

Han vuelto.


Han vuelto. Han regresado de su exilio de impotencia aquellos pajarillos a mi cabeza. Ha retornado el poeta que andaba perdido por calles necias. Y lo ha hecho reencarnado en aquel Lorca pícaro y andaluz que conquistó tantas almas. Hoy ha querido la inmortalidad darme un asiento con vistas a Madrid. Navegan en forma de vida mis pajarillos surcando el cielo una vez más, como solían. Una pasión imberbe intenta de nuevo sangrar de mi seso cohibido y hermético. La noche y sus guiños promiscuos han resucitado mi angustia y la han transformado en vocecitas esquizofrénicas. Bendita metamorfosis de mi alma. Roma dice que quiere corretear aventurera por las olas de mi adolescencia. Lorenzo cabalga impetuoso por las olas del Mare Nostrum y un leve ruido anuncia que aquel avión que un día dilaceró mis prejuicios desgarra hoy otra vez el firmamento diurno de aquel junio. Rostros inauditos relinchan estresados por los pasillos del aeropuerto que aquel veintidós me lanzó en misión espacial al horizonte de un mañana efervescente. Cada día que transcurre en esta orgía de sensaciones mis pasos se aproximan paulatinamente a la capital en la que bombardearán mis sentidos exóticas notas cobardes de piano que se convertirán con los días en acordes que sondearán los pelos erizados de miles de pieles. He vuelto, con mis pájaros de barro divagando sin rumbo y sin sino, pero a mi costado, conmigo, transgrediendo toda frontera sensible y golpeando a martillazos los minutos sepultos.

viernes, 15 de mayo de 2015

Ciceronia era, al fin, una más. Hubo un tiempo en que deseó con todas sus fuerzas ser una pieza más, deseó encajar a toda costa. Pero ahora que lo había logrado, ahora que todos pensaban que era una persona normal, descubrió que ella no quería ser "normal". De hecho, aunque quisiera, jamás conseguiría vivir feliz en una masa ingente de ovejas necias. Ciceronia había llegado a aprender, sin quererlo, a mirar por encima de los prejuicios, más allá de ellos. Desde entonces nunca más podría encajar en su época, porque pocos eran los que asomaban el hocico por encima de la jauría, y muchos menos eran capaces de ponerse en pie sobre el resto, como lo hacía ella. Esto no le traería más que desesperación y pérdidas insulsas.
Además de erguida, Ciceronia fue siempre una simbiosis torpe de indecisión hamletiana y una Amélie de pedanía extremeña. Vivía en una opresión propia que le privaba de los instintos más vitales y ahogaba su impotencia en cigarrillos musicales. Por las noches miraba al cielo y asumía que estaba condenada a morir sola, entre fotografías de muchachos a los que deseó con vehemencia y bandas sonoras que portaban la bandera de su miedo a afrontar que el mundo no estaba hecho sólo para ella.