lunes, 30 de junio de 2014

Notas tristes de piano.

Notas tristes de piano... Alfileres clavados en las costillas. Un zumo de fruta podrida. La música susurrante. Una bailarina con el tobillo torcido. Una noche que tirita en la inmensidad de un firmamento incierto y desconocido. Las hojas de un naranjo que repican suavemente al amanecer praguense. Las cigüeñas del campanario de una ermita abandonada. Los peces de un río reseco. El pasto que arde inevitablemente. Las campanas que tañen al ritmo de la boda de una novia infiel y enamorada del hombre que aguarda con resignación en el último banco de la iglesia. La mirada despistada de un anciano. El alma despellejada de un pensador. Las heridas de los perdedores de guerra. Los restos de un tatuaje borrado. Las paredes llenas de orlas de un instituto cerrado. Los pergaminos enterrados. La lamentación de un amor que no pudo ser. El hombre que saluda con un apretón de manos a quien quiere saludar con un beso. La luz tibia del otoño cerrado. El último trino de un pájaro. El último instante de una aventura. El momento inmediatamente posterior al éxtasis. El rechazo inescrutable. El río que fluye jovialmente en su nacimiento y desemboca vagamente en el mar en donde devendrá en agua salada como todas las aguas que avanzan porque no se estancan. Las pérdidas irrecuperables. Las horas muertas. Las manos ahogadas tras un muro de insatisfacción. El 'adieu' francés. Los aeropuertos y las estaciones. Los corazones que piensan. Las rimas de otro verano... Notas tristes de piano.

Sonaba "Modern Talking" en un callejón de Madrid capital...

Sonaba "Modern Talking" en un callejón de Madrid capital y al cruzar la esquina advertí con entusiasmo un neón que anunciaba en un fuxia intenso la entrada hacia un pequeño antro que auguraba ser de lo más interesante. Sin apenas titubear y guiado por una tremenda curiosidad me dirijí con paso ligero y las manos metidas en los bolsillos hacia aquel lugar. Postrado frente a la puerta que abría paso al interior observé como de las entrañas de aquel local nocturno brotaban cortinas de humo con un intenso olor a tabaco y ron barato que me transportó de inmediato a mis dieciséis. De nuevo dominado por el instinto dirigí mis pasos hacia la puerta y al abrirla para adentrarme en la taberna una sensación de nostalgia me invadió de arriba abajo. "Brother Louie" se había apoderado del lugar y varias luces de colores que recordaban a algún tipo de discoteca de los años ochenta aportaban al ambiente algo de lucidez. Avanzando entre la variopinta multitud que bailaba al compás de un envidiable ritmo desahogado poco contrastado con mis latidos llegué a la barra en donde un apuesto camarero desgastado por la noche yacía apoyado vagamente sobre el mármol empapado de alcohol y sudor seco. Embriagado por aquel ritmo lejano y envolvente e hipnotizado por los rostros de todos los enamorados que parecían haber reavivado la llama de su amor bajo aquel firmamento atontado, quise estar a la altura de aquel lugar y pedí un cóctel parisino que me introdujera de inmediato en aquella atmósfera. Sólo había dado un sorbo a la copa cuando avisté a tres metros de mí a la vez que el alcohol comenzaba a bajar por mi garganta como una mujer a la que parecía haber conocido años atrás se movía al compás de la música junto a otro hombre de pelo despeinado y dedos más bien rudos. Cuando volteó la espalda y volvió a abrir los ojos tras un estado profundo de enajenación fijó su mirada con firmeza en mi rostro. Fue entonces cuando recordé quién era. Ambos nos observamos con las pupilas de dos desconocidos que parecían haberse encontrado después de haber muerto y resucitado. Los años habían calado hondo en nuestros corazones, varios cuerpos habían ya catado el sabor de nuestras sábanas y aparentemente habíamos conseguido nuestros objetivos en la vida, pero de una manera muy diferente a la que hubiéramos esperado cuando nos vimos la última vez. A pesar de que el sonido que emitían los altavoces superaba con creces cualquier sonido que pudiéramos emitir nosotros mismos, un silencio ensordecedor asoló mi espíritu. La había encontrado allí, después de tanto tiempo, como prometimos cuando apenas un bigote adolescente adornaba mi tez. Pero, por alguna extraña razón, aquel momento no era como los dos habíamos soñado porque a ese instante en que nuevamente nuestras almas se cruzaron no le siguió un efusivo beso ni un futuro común, ni siquiera un cruce de palabras. Fue sólo eso, un instante de gloria, después de muchas noches en busca del amor verdadero que tras aquella noche no tuvo ya esperanzas de demostrar su existencia.

sábado, 7 de junio de 2014

Besos de ron barato, tocamientos de botellón, talones de Aquiles, corazón de Aristogitón y de vez en cuando vidas estancadas en el puente de la revolución ya arrugada y veterana.