Un camaleón se desplaza
lentamente por la encimera. Una luz focalizada lo alumbra en su trayecto. Al
llegar al filo, el camaleón contempla desde arriba el piso desafiante. De
repente se apaga la luz y el camaleón permanece estático en la penumbra. Su
figura ha desaparecido ante los ojos del espectador, pero el traqueteo
enfermizo de su movimiento comienza a escucharse. Nadie sabe hacia dónde se
dirige. Algunos apuestan por que acabará acercándose demasiado al borde y un
paso desafortunado lo precipitará al vacío; otros, sin embargo, confían en su
capacidad para detectar cuándo el peligro está demasiado próximo y están
convencidos de que sabrá parar justo a tiempo. Menos optimistas se antojan las
opiniones de otros que piensan que el camaleón continuará acercándose al abismo
poco a poco hasta despeñarse voluntariamente, porque aseveran que la hazaña que
ha emprendido sólo es propia de camaleones suicidas que desprecian su existencia.
Pero entonces, cuando todos están
completamente seguros de la certeza de sus expectativas, el traqueteo del
camaleón deja de escucharse y una luz flamante se enciende y alumbra todo el
habitáculo. Sobre la encimera, nada. Estrellado en el suelo, nada. Colgando del
filo, nada. El animal ha desaparecido y el público se halla desconcertado en sus
asientos. No es posible que se haya esfumado como por arte de magia.
De pronto, se vuelve a escuchar
un movimiento recio parecido al que emitía el camaleón al ejercitar sus
patitas. Todos observan el escenario atónitos. Entonces, sobre el filo, una
silueta se materializa de la nada y se va tiñendo de un verde crudo. Es el
camaleón, haciendo gala de su talento natural. Los espectadores no saben cómo
reaccionar ante tan evidente suceso.
¿Cómo podían no haber recordado que lo que caracteriza a los camaleones es su
facilidad para camuflarse en el entorno? ¿Y por qué todos habían dado por hecho
que el camaleón iba a tomar una decisión, iba a dar un paso cuando todos
pensaban que debía hacerlo?
El animal reposa impertérrito
sobre el abismo ante la agitada e impotente mirada del auditorio.