domingo, 3 de enero de 2016

El camaleón y su público.

Un camaleón se desplaza lentamente por la encimera. Una luz focalizada lo alumbra en su trayecto. Al llegar al filo, el camaleón contempla desde arriba el piso desafiante. De repente se apaga la luz y el camaleón permanece estático en la penumbra. Su figura ha desaparecido ante los ojos del espectador, pero el traqueteo enfermizo de su movimiento comienza a escucharse. Nadie sabe hacia dónde se dirige. Algunos apuestan por que acabará acercándose demasiado al borde y un paso desafortunado lo precipitará al vacío; otros, sin embargo, confían en su capacidad para detectar cuándo el peligro está demasiado próximo y están convencidos de que sabrá parar justo a tiempo. Menos optimistas se antojan las opiniones de otros que piensan que el camaleón continuará acercándose al abismo poco a poco hasta despeñarse voluntariamente, porque aseveran que la hazaña que ha emprendido sólo es propia de camaleones suicidas que desprecian su existencia.
Pero entonces, cuando todos están completamente seguros de la certeza de sus expectativas, el traqueteo del camaleón deja de escucharse y una luz flamante se enciende y alumbra todo el habitáculo. Sobre la encimera, nada. Estrellado en el suelo, nada. Colgando del filo, nada. El animal ha desaparecido y el público se halla desconcertado en sus asientos. No es posible que se haya esfumado como por arte de magia.
De pronto, se vuelve a escuchar un movimiento recio parecido al que emitía el camaleón al ejercitar sus patitas. Todos observan el escenario atónitos. Entonces, sobre el filo, una silueta se materializa de la nada y se va tiñendo de un verde crudo. Es el camaleón, haciendo gala de su talento natural. Los espectadores no saben cómo reaccionar ante  tan evidente suceso. ¿Cómo podían no haber recordado que lo que caracteriza a los camaleones es su facilidad para camuflarse en el entorno? ¿Y por qué todos habían dado por hecho que el camaleón iba a tomar una decisión, iba a dar un paso cuando todos pensaban que debía hacerlo?

El animal reposa impertérrito sobre el abismo ante la agitada e impotente mirada del auditorio.