A Jesús le pica el alma.
Jesús se rasca con los dedos el pecho.
La piel que le cubre las costillas se le enrojece y empiezan
a notársele los arañazos.
Jesús sigue rascando,
pero el picor no cesa.
La gente que le observa no puede creer que todavía le pique
el pecho.
Pero a Jesús no le pica el pecho,
a Jesús le pica el alma
y el alma no se puede rascar con los dedos.
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