jueves, 19 de marzo de 2015
La vida es, sin lugar a hesitaciones, de los poetas. Poetas
mundanos, hediondos, poetas vacíos de blanca y llenos de negra. Negra
inspiración y sombrías divagaciones. Divagaciones que camelan, escuecen o
huyen. Poetas que huyen, poetas que encuentran, que encuentran en la inmunda
cotidianeidad los ojos de otros poetas. Las calles son, como los poros imberbes
de las manos necias de una generación, para los poetas. Los poetas regresan
sobre sus huellas a la cuna de su indecencia. Los poetas no son necesariamente
escritores. Escribir es dotar de nombre al sentido y al verdadero poeta le
fascina, por encima de cualquier grafía, sentir. Sentir cómo el puntero devasta
golpe a golpe su razón, cómo alimenta, a base de huellas sin destino ni sino,
su insania. Los poetas son, como el porvenir, inciertos e inseguros. Les encanta
a los poetas enamorarse del asesinato estival de Lorenzo. El canto de los grillos,
los hilos que urden las hazañas de la noche son, obviamente, para los poetas. Todo
aquel que se rinda con pasión a sus tentaciones es poeta y, por ende, boceto para éste. La
vida es para los poetas, como ellos son, ciertamente, para la vida.
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