miércoles, 25 de febrero de 2015

¡Lávate esas manos!

«A estas alturas de la vida, de cara a esta caída libre inabarcable, debería haber perdido el vértigo. Debería haber utilizado mi potencial para demoler todas esas fronteras que me mantienen en esta ínsula agreste preñada de sentimientos embusteros y cancioncitas plagadas de tópicos que odio pero que me encantaría, me muero por experimentar. Ay, Pepe, qué decepción, desde que caí en la cuenta de lo que significaste para mí, nada ha vuelto a ser igual. ¿Te acuerdas de aquellas tardes que pasábamos trotando como caballitos desbocados por las eras de arroz de alrededor de la parcela de mi abuelo? Aquellos sí que eran buenos tiempos. Me tenías enamorada, sí, aquello era lo que yo sentía cuando corría detrás de ti pisando terrones: amor. Qué metáfora tan burlesca. Esos bastos palabrones y esa espontaneidad rústica, ese acercamiento, ese roce con vuestro mundo (porque siempre fue vuestro, aunque yo intentara todos los días formar parte de él). Tú estabas enamorado de mis excentricidades, de aquel sillón mío en el que me enseñaste a pasar un poquito de Dios, de las risas que nos echábamos mientras yo te intentaba explicar las operaciones combinadas, de nuestras discusiones sobre cuál de las de clase tenía los pechos más grandes, claro, cómo olvidar aquello... Estabas enamorado de todo lo que hacíamos juntos, pero no de mí. Y no te culpo, nunca he sido una chica muy apetecible para la mayoría de los hombres. No es que sea fea, no. Digamos que soy como un lince para un tigre. Muy similares, muy cercanos, pero incompatibles. ¿Y aquella tarde en mi habitación, cuando te venías a estudiar Cono?: "¡Lávate esas manos! -decía- No se te ocurra tocarme con esos dedos perdidos de pecaminosidad (que a mí me chifla el pecado y es posible que no quieras pecar conmigo). ¿Qué dices? Yo no utilizo mis dedos, mis dedos no son de la misma calaña que los tuyos. No te rías de mí, puedo ser tan hombre como tú si me lo propongo. Ya, ya sé que no soy un hombre, no soy tonta, pero puedo comportarme como tú, aunque no quiera utilizar mis dedos. ¿Qué? ¿Que quieres utilizarlos tú? ¿En mí? ¿Estás loco? Sí, estás absolutamente loco. ¿Que me tumbe dices? Bueno, no te voy a negar eso a ti, Pepe. ¿Qué haces? ¿Qué haces, que me gusta? (Empieza a respirar fuerte) Pepe, espera. Quiero que sea especial. Mejor en el pajar de mi abuelo, allí podremos sudar tranquilos. Coge la bici."
Lo que pasó después fue el humus en el que echarían raíces el resto de mis aventuras amoroso-gorrinales. Como te contaba, los sentimientos que derivaron de aquellas tardes nuestras quedarían sepultados varios años y yo seguiría enamorándome de individuos bastante distintos a ti hasta que un día me dio por abrir aquel sepulcro y fue entonces cuando comprendí, en contradicción con todo lo que había creído sentir hasta el momento, que viviría toda mi vida asomada desde lo alto de un muro de insatisfacción observándote a ti y a otros que, como tú, son tigres ingentes e inalcanzables para un lince con complejo de tigre como yo.»
(Llora con la cabeza asomada por encima de uno de los palés.)
(Se acerca a Pepe, que está en bañador, atado con sábanas blancas a una silla vieja de mimbre. Éste no se queja, sólo parece asustado y no puede hablar, porque tiene un pañuelo en la boca. Ella se sienta en sus piernas. Le quita el pañuelo de la boca y se miran en silencio, ella secándose las lágrimas. Ambos sudan. Un sol estival de las nueve y media de la noche escupe a través de las grietas de la puerta de la cuadra sus últimos rayos. Ella se quita la peluca. Se besan.)

sábado, 21 de febrero de 2015

Aún estamos, mea Lesbia, a tiempo. Los vientos nos son aún propicios. Nuestras velas se inflan a favor de mares lejanos. El porvenir esboza una mueca pícara y burlesca, aún. Dirijámonos, mientras podamos, con la cabeza erguida y la tez iluminada, a puertos indecentes, dominados por la incertidumbre y los vicios mundanos. Porque mundanos somos al fin y al cabo, a pesar de que en noches marcianas nos obcequemos en pensar que somos empedernidos peregrinos de caminos paralelos a la convención. Pon en marcha esa máquina, llévame al latir de los que, como yo, viven vehementemente apasionados.

lunes, 16 de febrero de 2015

Parfois, l'amour ne suffit pas. A veces el amor no es suficiente, no basta, no nos devasta.