Hasta el niño más bueno se sale de su camino alguna vez, aunque sólo sea para andar por las cunetas y experimentar lo que es pisar los charcos. Algún día se cansará de tocar barro y volverá al asfalto. Pero nunca olvidará el placer que supone revolotear de vez en cuando entre lo firme del camino y lo inestable de la cuneta.
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