martes, 22 de abril de 2014

Suena ronca  y solitaria una guitarra sumida en un febril atardecer andaluz y, a la luz de mi luna rumana y frente a la impotencia flamante de un candelabro oxidado, baila Marie su última melodía, que lleva horas esmerada en despojarla de sus faldas y dejarlas caer cínicamente sobre el suelo empedrado que observa con admiración cómo entona Marie sus últimos versos a la vida, cómo pisa crudamente con sus tacones por última vez clamando a la pasión que la acompañó siempre en su áspera ascensión a su culmen, que hoy se desmorona y cae en el olvido de tantos que la trataron de emperatriz de los arrastrados.

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