miércoles, 16 de abril de 2014

¡Maldito destino! Si crees que voy a caer rendido como caen todos en tus pezuñas áureas y confortables, si piensas que me conformaré con dormir sobre tu pecho cada noche de mi efímera vida o si te contentas con imaginar tus garras sobre mi cuerpo con cada año más veterano, te equivocas. No quiero vivir calmado, ni sereno, ni seguro bajo tus faldas. No deseo desplomarme en tu rutina ni permanecer pasivo ante los amaneceres que me brindarán los lustros de ti, esfinge longeva. Quiero sufrir los achaques de la edad, quiero saciarme del saber que me ofrece el sol de Oriente, quiero llorar por amor, estallar a carcajadas en un velatorio, bailar sobre los cráteres de un corazón roto, brincar sobre los manjares de una cena real, embriagarme de la guitarra española y del fado portugués. Y beber del mismo vino del que bebió Sócrates y dar gracias a la noche por consagrarme como humano, como ser racional, como animal todos los días veinticuatro horas sin duda.

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