“Maldita loca,
maldito huracán de labios rojos.” Eso pensaba
cada vez que se plantaba ante mí, embriagándome con su presencia. Luego
me
sonreía y nadie sabe la de reacciones químicas que se desataban en mi
cuerpo estremeciéndome por completo. Después me comenzaba a hablar y
sentía la necesidad de olvidar todo en
lo que creía y rendirme ante ella. Cada cigarro que se fumaba, cada café
que tocaba
con la piel de sus labios... Todo era ya salvaje, como ella. Pero sus
muerdos,
oh Dios, eso no es comparable a nada que pueda expresar con palabras.
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