Y, mojándose los labios en champán, concluyó diciendo:
«A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de admirar todo
tipo de rostros, me he movido entre las más dispares etnias y he acariciado todo tipo
de cabellos. Y puedo asegurarles, desde lo más profundo de mi ser, que he
aprendido más de todas las personas que han urgado en mi entrepierna que de los
libros que había en la biblioteca de mi colegio. La mayor lección de mi vida me
la dieron los cuerpos de todas ellas: los tatuajes añorantes, las cicatrices
aventureras, las uñas sucias, el hedor de su sudor esforzado, la manera en que
observaban mis ojos en la cúspide del climax, los gestos torpes y los expertos, el maquillaje escondedero y vanidoso, las manos diversamente
forjadas, los complejos escondidos bajo los botones de la camisa, sus dentaduras ansiadas, la
forma en que arrugaban los dedos de los pies, los pantalones que caían al
suelo, el color de sus labios, el acento de sus palabras, la tos de sus gargantas, el sabor de sus vientres, el hedor de sus
alientos, la fuerza de sus brazos, la musicalidad de sus berridos...»
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