miércoles, 11 de abril de 2012

Sonrisas.

Me senté frente a él. Su expresión no era usual, no era la típica de aquella persona que ha vivido la muerte de su niñez a los seis años: Sonreía tristemente. Le miré a los ojos y la ira comenzó a invadir cada entraña de mi cuerpo, lloré al ver lo que allí albergaba, lo que guardaba escrito tras la cornea, escondido en lo más profundo de la pupila. Él me vio llorar y simplemente echó una carcajada.
Entonces descubrí que había convertido toda la tristeza en una dura ruptura con la realidad y como resultado de ello, reía como señal de tristeza.
Me levanté de la banqueta y sin decirle a penas una palabra abandoné aquel lóbrego lugar.

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