miércoles, 28 de enero de 2015

Sumerjámonos, Lesbia mía, en el mar de la incertidumbre. Seamos necios y dejemos que nos anegue el desconocimiento. Que se desvanezca la certeza lunar, que esta noche sólo preciso de la luz de tu entrepierna. Lesbia mía, qué hipnotizantes se me antojan tus vaqueros en el piso agonizantes, y qué acobardado me siento cuando con la palma de tu mano ases mi alma y la manejas a tu antojo. No te conozco, es cierto, pero, por Dios, qué delirante se presenta tu nuca ante mis labios, qué bien me sientan tus sollozos en el oído. Qué divina tu forma de trastocarme el seso cuando, de repente, me enseñas el mundo en tu torso y, surcando el Ecuador a bordo de tus alaridos, alcanzo la cumbre del hedonismo. Cuántas horas, Lesbia mía, no habré sofocado mi apetito con otros mundos sin acariciar tu selva. Hablemos, aunque acabemos de saber el uno del otro, de cómo estoy volviendo a brotar porque he elegido permanecer náufrago en el estiércol que jamás hubiese llamado vida y que hoy amo. Brindemos con cerveza porque huelo a tu sudor y a tu desodorante barato. Pero no nos demoremos demasiado, nuestra canción ya ha acabado y nos asola la tragedia. He sido muy feliz contigo en este inodoro, pero tienes que volver a fingir que no me amas, Lesbia mía.

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