Y yo me pregunté, ¿no muere el hombre de impotencia al darse cuenta del saber del que sus propias ansias de imposición le privaron? Y pensé que era necesario rendirle homenaje a aquel santuario.
Y qué mejor día que hoy para rendir tributo a todos los étimos que nunca llegaron a colonizar nuestros idiomas, todas las obras maestras que descansan en el frustrante olvido, todos los misterios cosmogónicos que desentrañaron las civilizaciones ancianas y que no son hoy más que miércoles de ceniza, todas las civilizaciones que desaparecieron en el mismo momento en el que su literatura sucumbía a las llamas, todos los teoremas que podrían haber levantado pirámides tecnológicas y puentes hacia Saturno, todas las noches en vela de aqueos entusiastas que hoy no son más que escuetas referencias, todos los ideales que no abandonaron su morada, todas las frases célebres que resbalaron al mar enfurecido, todos los amaneceres que inspiraron historias hoy desquebrajadas por el tiempo, todos los tópicos que podrían ser fuentes de agua fresca para la cotidianeidad de la vida moderna, todos los amantes que perdieron la pasión en una segunda edición, todas las historias de amor que no han estremecido nuestras entrañas, todos los días que parecen no haber existido, todas las respuestas que siguen siendo preguntas, todo el progreso utilizado como combustible para urinarios de casas reales, todos los dialectos que perdieron el rumbo, todas las palabras que devoró el mismo que las predicaba, todo, todo lo que se llevó el hombre, el fuego o el tiempo, que jamás perdonan.
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