“Bienvenidos, alumnos, a su primer año dentro de este lúgubre edificio al que algunos llamarán "instituto" y otros "cárcel matinal". Como casi todo en la vida, en esta clase existe la mezcla más heterogénea que jamás he visto. Y no me refiero a su nivel intelectual, sino a sus miradas. Por un lado observo algunas miradas de ilusión fusionadas con un pequeño puñado de nervios. Por otro lado observo miradas relajadas y conformistas que al final del curso manifestarán la misma tranquilidad para camuflar su asfixia vital. También he avistado por ahí alguna mirada de terror o tristeza que todavía no consigo descifrar. ¿Qué opinan ustedes? ¿Es de verdad el fin último de la vida la felicidad? Es decir, ¿debemos observar el horizonte con el único fin de ver la puesta de sol o debemos esperar un día entero para observar como a veces ese astro gigantesco nos quema, se esconde y huye de la noche despavorido?
Noto
un cierto clima de tensión y en algunos rostros contemplo un gesto de
confirmación del tipo “Era verdad lo que decían los mayores de que el instituto
es difícil”.
Pero,
señores, debo aclararles que esta cuestión no es algo que ustedes deban
responder en este preciso momento, ni mañana. Incluso puede que ya la hayan
respondido y ni siquiera lo sepan. La respuesta más justa a este planteamiento
la encontrarán cuando sean ustedes capaces de observar en la vida algo más que
el estudio, el trabajo y la sociedad.
Será
entonces cuando muchos de ustedes destaquen en su interior con respecto a los
demás. Y con los demás no me refiero a su grupo de amigos, sino al resto del
mundo. Y les explico esto ahora porque creo que para pensar así en la vida hay
que tener un punto de locura que los demás no apreciarán pero que les ayudará
de una manera brutal a abordar cada obstáculo y, sobre todo, cada hecho
positivo que se digne a acontecer en su vida. Debo confesarles que yo ya sé la
respuesta a esa pregunta, pero desde hoy en adelante estarán ustedes sometidos
al mayor examen que existe y del que nadie sale con vida. Por lo tanto, si han
estudiado, lograrán aprobar antes de morir; pero si no lo han hecho, morirán
ustedes suspensos, pero no sólo académicamente, sino también suspensos de una
cuerda a la que llamaremos “incógnita”. Esta locura que les acabo de contar la
tengo grabada de mi puño y letra en el corazón y todo gracias a esa pequeña
pizca de locura que algún día supe encontrar en el mejor momento. Insisto en
que guarden estas palabras en su mente y recuérdenlas en el mejor momento, pues
será entonces cuando le sirvan para algo estas cuatro o cinco frases mal
conectadas lógicamente.”
Y
con eso y una sonrisa parecida a la de aquel cuadro de Da Vinci, concluyó su
primera clase con nosotros, cogió su maletín de loco, abrió la puerta como la
abren los locos y se fue a otro manicomio sin cerrar las bocas que había dejado
abiertas.
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