miércoles, 17 de julio de 2013

Las bocas abiertas.


“Bienvenidos, alumnos, a su primer año dentro de este lúgubre edificio al que algunos llamarán "instituto" y otros "cárcel matinal". Como casi todo en la vida, en esta clase existe la mezcla más heterogénea que jamás he visto. Y no me refiero a su nivel intelectual, sino a sus miradas. Por un lado observo algunas miradas de ilusión fusionadas con un pequeño puñado de nervios. Por otro lado observo miradas relajadas y conformistas que al final del curso manifestarán la misma tranquilidad para camuflar su asfixia vital. También he avistado por ahí alguna mirada de terror o tristeza que todavía no consigo descifrar. ¿Qué opinan ustedes? ¿Es de verdad el fin último de la vida la felicidad? Es decir, ¿debemos observar el horizonte con el único fin de ver la puesta de sol o debemos esperar un día entero para observar como a veces ese astro gigantesco nos quema, se esconde y huye de la noche despavorido?
Noto un cierto clima de tensión y en algunos rostros contemplo un gesto de confirmación del tipo “Era verdad lo que decían los mayores de que el instituto es difícil”.
Pero, señores, debo aclararles que esta cuestión no es algo que ustedes deban responder en este preciso momento, ni mañana. Incluso puede que ya la hayan respondido y ni siquiera lo sepan. La respuesta más justa a este planteamiento la encontrarán cuando sean ustedes capaces de observar en la vida algo más que el estudio, el trabajo y la sociedad.
Será entonces cuando muchos de ustedes destaquen en su interior con respecto a los demás. Y con los demás no me refiero a su grupo de amigos, sino al resto del mundo. Y les explico esto ahora porque creo que para pensar así en la vida hay que tener un punto de locura que los demás no apreciarán pero que les ayudará de una manera brutal a abordar cada obstáculo y, sobre todo, cada hecho positivo que se digne a acontecer en su vida. Debo confesarles que yo ya sé la respuesta a esa pregunta, pero desde hoy en adelante estarán ustedes sometidos al mayor examen que existe y del que nadie sale con vida. Por lo tanto, si han estudiado, lograrán aprobar antes de morir; pero si no lo han hecho, morirán ustedes suspensos, pero no sólo académicamente, sino también suspensos de una cuerda a la que llamaremos “incógnita”. Esta locura que les acabo de contar la tengo grabada de mi puño y letra en el corazón y todo gracias a esa pequeña pizca de locura que algún día supe encontrar en el mejor momento. Insisto en que guarden estas palabras en su mente y recuérdenlas en el mejor momento, pues será entonces cuando le sirvan para algo estas cuatro o cinco frases mal conectadas lógicamente.”
Y con eso y una sonrisa parecida a la de aquel cuadro de Da Vinci, concluyó su primera clase con nosotros, cogió su maletín de loco, abrió la puerta como la abren los locos y se fue a otro manicomio sin cerrar las bocas que había dejado abiertas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario